FICHA DEL PERSONAJE
El ajustasueños es un tipo particular de los que no quedan. Nació en las páginas de un libro del que se escapó para ver mundo. Adora a los niños. Cuida de ellos. Les sopla preciosos sueños para que sus noches sean cálidas y tranquilas. Pero las cosas están cambiando a una gran velocidad. Los padres ya no permiten que personajes venerables como ellos se acerquen hasta los más pequeños. Tampoco ellos les leen cuentos a la hora de acostarse. Pero queda un ajustasueños que va a hacer lo imposible para que la tradición continúe, pase lo que pase…
RELATO
La muerte del último Ajustasueños
En tributo a Andersen
Hasta el Mundo Paralelo llegó una notificación que nadie supo de donde procedía. Pero provocó una consternación tan grande como el día en que murió el primer niño, en el mundo real, al que nunca nadie había leído un cuento. Eso había ocurrido hacía ya casi doscientos años cuando estalló la revolución industrial y se obligó a trabajar, por ley, a los niños pequeños.
Todos los Seres Paralelos —así se les conocía— sabían del extraordinario trabajo que habían hecho durante milenios los AjustaSueños, también llamados los AjustaCuentos y los AjustaCuentas. Si eligiéramos, aleatoriamente, a uno de sus ciudadanos fantásticos sabrían responder:
«No hay nadie en el mundo que sepa tantas historias como el viejo AjustaSueños. Por la noche, cuando los niños ya están en la cama, entra por la puerta de la habitación y les arroja un espray adormecedor. Él lleva debajo de cada brazo un paraguas. Uno de ellos, bellamente ilustrado, lo abre y lo extiende sobre los niños buenos para que toda la noche sueñen las historias más hermosas del mundo, y guarda el que no lleva ilustraciones para extenderlo sobre los niños malvados: éstos duermen como si estuvieran muertos y despiertan sin haber tenido un sueño hermoso»
Y sabían también que había otros AjustaSueños que se aparecían a los ancianos que habían sido malas personas que les pedían un hermoso sueño para dormir a lo que ellos siempre se negaban.
El último de los grandes «ajustadores» se llamaba Aksel Chistiansen. Nadie conocía su edad: pero se creía que había ultrapasado los doscientos inviernos. El titular del periódico resultaba poco aclaratorio:
«Fallece en la prisión del Estado el preso más longevo: se cree que el señor Christiansen era más que centenario».
Aksel Christiansen había sido un hombre bueno, generoso, aunque dirían «algo rebelde» y lo había pagado con sus huesos en la cárcel.
Fue en la última asamblea al paso de los siglos XX. y XXI. Todos los Seres Paralelos sabían, a la perfección, qué había ocurrido. Bastaba con leer los resúmenes de la última reunión en los que podía leerse una petición insólita llegada de la Junta Directiva:
«Rogamos a los AjustaSueños que dejen de trabajar. Procedan a su reinvención o a su recolocación como operarios económicos en el Mundo Real (Se cree que quien escribió las últimas palabras fue un humano-polizón también conocido como “saltador de caminos” o “humano de incógnito”). »
Pero Anksel había seguido visitando niños fiel a su espíritu y decidido a afrontar todos los peligros.
Los Seres Paralelos habían descubierto horrorizados, al leer las actas anuales de la Sociedad de los AjustaSueños, que el mundo real había iniciado su declive y que, pronto o más tarde, iba a caer. Y si caía, caían todos.
El Acta Magna se abría con una advertencia: Valdemar Pedersen dejaba por escrito un Hecho Inenarrable y Jamás Imaginado: que los AjustaSueños, catalogados como «Personajes invisibles» habían perdido su invisibilidad, su capacidad para traspasar puertas y ventanas y acceder libremente al cuarto de los niños. Y había añadido con letra angustiada y ligeramente inclinada a la izquierda:
«Imposible penetrar en el hogar de los gemelos Nelson: han colocado contraventanas y doble muro de cristal con aislamiento térmico, alarmas en las puertas y tapiado la vieja chimenea. Ni tampoco en la de sus vecinos, los Carstensen. Ni en la de los Paulsen, los Meyer y los Sigurdsdatter.» Y terminaba con un chiste: «Se quedarán sin juguetes. Ni Papa Noel podrá entrar. Yo abandono.»
Ese descubrimiento atroz, la pérdida de sus habilidades mágicas, les había movido a organizar, en siglos, y de manera inmediata, el primer congreso de AjustaSueños en Odense (Dinamarca) que terminó, como es sabido, con la práctica extinción de uno de los Personajes Claves en la Imaginación Andersiana.
August Olsen fue el primero en hablar en el Primero y Último Congreso, ya con solo veintiséis ancianos con abrigo negro, chistera y sus paraguas multicolores cuentacuentos.
—Estimados Colegas: Las nuevas casas protegidas por alambradas eléctricas hacen imposible su acceso… a menos que entremos volando con nuestros paraguas. Pero una serie de haces luminosos vino-sangre descubrirían nuestra presencia y quién sabe si no seríamos alcanzados y derribados. ¡Yo abandono!
Hubo, en ese momento, un clamor general solo interrumpido cuando Liam Andersdatter tomó la palabra.
—El problema no es solo ese. Existen moradas humildes no electrificadas de libre acceso. La cuestión es que los niños permanecen hasta altas horas viendo series en televisión. Y cuando acaban continúan con sus pequeñas pantallas móviles. ¿Cómo vamos a contarles cuentos si solo prestan atención a sus dispositivos? Luego se duermen en clase adonde no podemos acceder porque, como saben, la Fantasía ha sido erradicada del sistema educativo y solo existe la Razón Principal. ¡Yo abandono!
Otra algarabía, más protestas. Manifestaciones, gritos, quejas ahogadas solo interrumpidas cuando Viggo De Jutland subió al estrado y se asomó por entre las ramas del árbol frutal que les servía de elegante atril.
—El problema no es solo ese. El problema principal es que los niños han dejado de soñar o no quieren soñar. Fuera porque se asustaran o porque no querían escucharme Brigitte Nelson y su hermano Oscar me sacaron a escobazos de su casa gritando, a turnos, que no estaban por pamplinas, ni cuentacuentos, ni cuentos chinos, ni por hadas tuertas o niños muertos y que iban a llamar a la policía. Habrase visto. ¡Yo abandono!
Alfred Oldenburg fue el siguiente en hablar.
—El problema no es solo ese. Los papás modernos protegen y vigilan tanto a sus hijos que apenas tienen tiempo para pensar por ellos mismos. Se les conoce como «papás helicópteros» porque siempre están planeando su tiempo, sus actividades extraescolares, eligen a sus amigos, a sus relaciones y organizan sus fines de semana completos. Resulta imposible, visibles o invisibles, acercarnos hasta ellos. Algunos monitorizan sus sueños con minicámaras de televisión, las webcams o con radiofrecuencia o algo parecido. ¡Yo abandono!
Theo Kaas fue el siguiente en hablar.
—El problema no es solo ese. En las sociedades modernas no hay lugar para los niños. Los nuevos modelos familiares multicolores ni los toleran o no los permiten. ¿Deberíamos adaptarnos a los nuevos tiempos o ellos adaptarse a nuestro viejo mundo? Leí que los sucedáneos infantiles son ahora los animales de compañía y yo me niego a adormecer cobayas, peces-payaso, hámsters y gatos. Y dicen que pronto serán sustituidos por, robots de servicio doméstico sin coste y sin sueños de grandeza. Llevo buscando en las grandes ciudades a un niño, uno solo, desde hace seis meses. Las ciudades envejecieron como sus habitantes, decrépitos como sus edificios de hormigón. Los niños están en peligro de extinción. Y los abuelos que podrían contarles cuentos, no los hallan! Y el campo abierto, y sé que allí los encontraré, me produce alergia primaveral todo el año. ¡Yo abandono!
Nuevas exclamaciones, nuevo griterío.
Liam Pontoppidan fue el siguiente en hablar.
—El problema no es solo ese. En siete ocasiones he sido atracado en la calle y me han sido robados los paraguas de las historia. Logré recuperar un par en una tienda de anticuarios pero sus varillas estaban rotas e inutilizadas. Existe un aumento de violencia callejera y de personas sin oficio ni beneficio y de seres malignos que ya no respetan a los ciudadanos de a pie y no digamos a los Seres Paralelos. Las calles viven sin ley. ¡Yo abandono!
Así pasaron hasta veintiséis Ajustasueños. También se expresó en estos términos el último especializado en ancianos perdidos. Fue el tricentenario Magnus Fabricius.
—Todos saben cuál es. O debería decir «era» mi misión. Éramos muchos los AjustaSueños que nos aparecíamos a los ancianos que habían sido malas personas y que nos rogaban: Buen viejecito… Mira que no podemos conciliar el sueño y nos pasamos las noches arrepentidos de nuestras malas acciones, más feas que los demonios, que rodean nuestros lechos de muerte. Si quisieras venir a barrerlos para que pudiéramos descansar en paz. Encontrarás el dinero en el alféizar de la ventana. Pero todos sabemos que los AjustaSueños no trabajábamos por dinero y que nunca limpiaríamos sus malas consciencias porque tienen que aprender a hacerlo ellos mismos. Así hemos desaparecido con el paso de los siglos.
Aquí hubo un silencio que nadie apuntó por estar pendientes de sus palabras.
—Creo que soy el último especialista. Pues, queridos colegas de profesión, escuchadme bien. No he recibido ninguna solicitud de ningún anciano porque ya no queda ningún arrepentimiento o acto de contrición. Tal vez nos olvidaron o vivieron «adultos toda la vida, incluso siendo niños», o son ya muchos los que no tuvieron o leyeron un libro en su vida o que, lo que yo creo —aquí hizo otro silencio que sí fue registrado—, no saben diferenciar las buenas de las malas acciones o que, simplemente ya les está «Bien» cuando les debería estar «Mal». O que, en los últimos años de su vida, solo les apetece divertirse a costa de quien sea o que se les secó la consciencia o que…
Pero ya nadie escuchaba a Magnus Fabricius y su «Yo abandono» se perdió en el estruendo de la sala que, aunque eran ancianos, mostraban aún su vehemencia pasada, una energía fuera de lo común y habrían arrojado, sin pestañear, las letras capitales macizas de los libros a aquella clase de vejestorios que no habían aprendido nada en la vida.
Fue entonces el turno del venerable Aksel Chistiansen.
—Querido amigos, colaboradores, entrañables compañeros de profesión… He escuchado testimonios parecidos e incluso peores, pero fui creado para acompañar el sueño de los niños y contarles cuentos maravillosos. Y perdonar a los niños malos con sueños correctores. Sin ese cometido no existe ninguna razón de Ser o de Existir, así que aunque pueda enfrentarme a un dragón de cien cabezas, tan peligroso como un maestro sin imaginación, yo seguiré trabajando hasta que la luna deje de asomarse en el telón del cielo: eso significará que el Reino Mágico y Paralelo y el Mundo Real dejaron de existir.
Dicho lo cual se sentó sin que uno solo de los aplausos le acomodara en un viejo sillón de roble.
Y todos recordaban lo que pasó pocos días después. Fue apenas una noticia breve en un periódico danés.
«Detenido el anciano Aksel Christiansen que ya yace en una celda de castigo, después de forzar una puerta y haberlo intentado con una de sus ventanas, al ser hallado susurrándole palabras al oído de un niño dormido después de rociarle con una sustancia peligrosa no identificada. Se cree que se trataba de un viejo fundamentalista lanzando consignas terroristas o con aviesas intenciones porque hallaron al niño, esa noche de agosto, semidesnudo. Le acompañaban, en su cometido, dos paraguas que, en la investigación ya iniciada, pueden considerarse armas de guerra customizadas.»
Aksel había muerto, olvidado en una vieja y fría celda sin sus paraguas multicolores cuentacuentos y lo que había sido percibido como un trueno en el Mundo Real era, en verdad, una lluvia de lágrimas que los Seres Paralelos derramaron sobre sí mismos recordando una sentencia escrita por un poeta, algunos siglos atrás.
«No preguntes por quién doblan las campanas, ayer doblaron por ellos, ahora por aquellos y quizás mañana doblen por nosotros.»