Ficha del lugar

 
 

La librería Ágora fue una librería independiente fundada en el año 2010 en plena crisis económica por Roberto Granados y Ezequiel Alonso, aunque se llevaba proyectando varios años. Se concibió como un negocio de venta de libros basado en la variedad y la cantidad de títulos, al contrario de las tendencias modernas que se basaban más en una exposición de producto vendible y minimalista. Ezequiel fue el socio capitalista y Roberto el director ejecutivo, ya que llevaba más de veinte años de experiencia a sus espaldas en el sector. Se estipuló una política empresarial que se basaba principalmente en el cuidado al personal y el ambiente de trabajo.

En la apertura comenzaron cuatro empleados, pero el crecimiento fue astronómico. En unos pocos años llegaron a aumentar su stock a más de cincuenta mil referencias o títulos diferentes en el local y en algunos momentos del año, cuando más trabajo había, podían llegar a ser más de veinte empleados. Pronto, ambos fundadores pudieron seguir en la dirección de la empresa desde la distancia y se nombró coordinadores a varias personas del equipo. La crisis causada por la COVID-19 provocó una serie de dificultades económicas en el grupo empresarial y Roberto y Ezequiel se vieron obligados a tomar la decisión de cerrar la librería.

 

 

Relato

 

 

ÁGORA

«Está usted contratada», me confirmó la encargada de Recursos Humanos de la librería más grande del centro, de la que por supuesto había sido clienta desde que abrió. Desde entonces, los libros pasaron de ser mi adorado hobby a convertirse en mi trabajo.

La primera vez que atravesé la puerta corredera como parte del equipo no me percaté de todas las historias que conllevaba aquel local. Y no solo me refiero a los libros. También a todo el personal que había aportado algo a esas paredes. Cuando entré a la oficina interior, solo accesible para empleados, podía haber sentido agobio por el desorden y el caos. No fue así. Únicamente me sentía afortunada por la oportunidad. No me percaté de las cajas que había sobre los estantes a más de dos metros de altura, de una bolsa especial con los nombres de todo el personal de la empresa, de decenas de carteles antiguos colgados; algunos de ellos medio caídos; de maderas rotas esquinadas o incluso una cafetera y microondas que más tarde pude comprobar que no podía ser sano usar en aquel estado.

No podía imaginar todo lo que guardaban aquellas cajas: decenas de cables y aparatos antiguos que un día alguien que entró con la misma ilusión que yo o más, consideró necesario comprar; metacrilatos rotos que albergaron carteles de promociones cuyos editores tuvieron que diseñar e imprimir; material de manualidades para escaparates con los que se habían hecho dibujos preciosos que habían visto miles de personas; y por supuesto libros que habían quedado en el olvido porque nadie sabía de dónde habían salido. Tampoco podía imaginar la ilusión con la que un equipo se comprometió a crear desde cero una figura de Mortadelo para hacer una exposición de su aniversario, ni el trabajo de los carpinteros al montar todos los muebles que poco a poco se iban rompiendo con el uso y el peso del papel. Ni los cumpleaños que se habían cantado en diez años, las goteras que habían provocado los aires acondicionados e incluso las botellas de vino y aceite que aguardaban bajo las mesas escondidas tal vez para alguna ocasión especial.

Aquellas paredes habían albergado cientos de miles o tal vez millones de historias escritas en papel, cada una de ellas con un origen distinto. Pero también guardaban los secretos de las personas que habían reído, llorado y abrazado en tantos años. Muchos ya se habían ido. Sin embargo, todos seguían allí en un recuerdo, en un libro, en una idea.

Es por eso que hoy se me parte el corazón al saber que van a cerrar.